lunes, 27 de julio de 2009
EXTRANJEROS INVITADOS PARA EL CENTENARIO EN 1910.
Desde septiembre de ese 1910 empezaron a llegar las delegaciones de varios países a la capital mexicana a fin de atestiguar los festejos.
Federico Gamboa, uno de los más notables intelectuales del régimen, comentó al respecto: “México <…> se vistió de gala para recibir y agasajar dignamente a huéspedes tan distinguidos; los agasajó y honró hasta donde le permitieron sus actuales y bonancibles condiciones <…> La sociedad íntegra y el pueblo entero secundaron al gobierno con patriótica y cálida cooperación inolvidable.”
Con toda pompa y circunstancia se sucedieron los actos conmemorativos del centenario, en los cuales por supuesto no cabía, ni siquiera de la manera más superficial, una reflexión en torno a las limitaciones y carencias de la nación. Así, el día 1° se inauguró el manicomio de La Castañeda en Mixcoac. El día 4 llegó la delegación japonesa y se instaló en el palacio la señora Lorenza R. Viuda de Braniff, en Paseo de la Reforma número 27; la delegación española en el palacio del gobernador del Distrito Federal, Guillermo Landa y Escandón; la italiana se instaló en el palacio de Ignacio de la Torre y Mier; la alemana en la casa de Jorge Parada, en Paseo de la Reforma 114. La de Estados Unidos, que fue la más numerosa, en el palacio de Cobián, en las calles de Bucareli. Los franceses se ubicaron en San Cosme 15, en el palacio de Tomás Braniff. Con el mundo por testigo, Porfirio Díaz inauguró el edificio de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que hoy todavía permanece en pie en la calle de Balderas. La apertura de obras siguió en cascada: la estatua de Luis Pasteur, obsequio de la representación francesa; la de Washington, ubicada en la Plaza de Dinamarca, donada por los estadounidenses.
Durante la dictadura porfirista, los terratenientes se fueron apoderando progresivamente de las mejores tierras. Se dio concesión tras concesión a los grandes capitalistas extranjeros, la economía pasó a ser controlada por éstos, la mayoría de empresas y bancos eran foráneos.
Zapata fue electo el 12 de septiembre de 1909 en una reunión del pueblo de Anenecuilco como encargado de los asuntos del pueblo. Los representantes José Merino y Andrés Montes le entregaron el cargo a Emiliano, que recibió de los ancianos del pueblo los papeles, muchos escritos en náhuatl, en los que se plasmaba la historia del pueblo de Anenecuilco y su derecho a la tierra. Por la experiencia de tantos años de trámites inútiles, Zapata ya no creía en que serían las gestiones ante el gobierno las que les devolverían la tierra, hacía falta que el pueblo desarrollara otras formas de lucha. Se preparaba una revolución.
A finales de 1910 cuando ya había estallado la revolución maderista planeada para iniciar el 20 de noviembre, Zapata comenzó, el primero, a repartir a los pueblos de Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec las tierras que reconocían como suyas, destruyendo las mojoneras que las haciendas habían puesto.
El 11 de marzo, en Villa de Ayala, Morelos se levantaron en armas Emiliano Zapata, Pablo Torres Burgos y Rafael Merino, desarmaron a la policía local y convocaron a una asamblea general en la plaza, donde leyeron el Plan de San Luis y gritaron ¡Muera el mal gobierno! ¡Viva la Revolución!
Al morir Pablo Torres Burgos a manos de los federales, Emiliano queda como jefe, se forma el Ejercito Revolucionario del Sur y avanza incontenible.
Los trabajadores estaban cansados de laborar de sol a sol, por salarios miserables que les pagaban los amos, en su mayoría extranjeros y los mantenían esclavizados por las deudas. No sólo sufrían los campesinos. Para 1907, la situación de la clase obrera se había deteriorado mucho, el salario real no dejó de caer durante todo el período dictatorial, se calcula que en 30 años el salario se deterioró un 30 por ciento. El derecho de huelga y de asociación no existía en aquella época. Era grande la discriminación que sufría el trabajador mexicano con respecto a los extranjeros, quienes invariablemente recibían mayores sueldos y mejores puestos.
El 19 de mayo de 1911, luego de feroz batalla, el ejército zapatista tomó Cuautla. En 1812, cien años antes, José María Morelos cubría de gloria a los insurgentes y al pueblo de México, al resistir heroicamente setenta y dos días en Cuautla. Un siglo, después Zapata tomaba Cuautla, ganaba la batalla y le daba un jaque mate al dictador que renunciaría 6 días más tarde. Los artífices militares de la victoria fueron Francisco Villa, que tomó Ciudad Juárez en el norte, y Emiliano Zapata en el sur.
Zapata tenía un objetivo: la devolución de las tierras, y cuando fue claro que Madero, por contemporizar con las clases pudientes, no iba a cumplir su compromiso, firmó el Plan de Ayala en Ayoxustla, Puebla, el 28 de noviembre de 1911 y siguió su lucha. Sin embargo, cuando Madero fue traicionado por el complot que dirigió desde la embajada norteamericana Henry Lane Wilson y se encontraba bajo el fuego del traidor Victoriano Huerta, conocido como “El Chacal”, sólo un hombre en todo México preparaba sus tropas para acudir en su auxilio y éste era, entre todos los hombres, Zapata, al que él había tratado tan mal.
Ya en prisión, Madero reconoció ante Felipe Ángeles que Zapata había tenido toda la razón al desconfiar de los funcionarios federales y al predecir su deserción desde agosto de 1911. En víspera de su muerte, Madero le dijo a Federico González Garza: “Como político he cometido dos grandes errores, que son los que han causado mi caída: haber querido contentar a todos y no haber sabido confiar en mis verdaderos amigos. ¡Ah, si yo hubiera escuchado a mis verdaderos amigos, nuestro destino hubiera sido muy distinto!”
Al usurpar el poder los neoporfiristas, volvió a levantarse con más fuerza la Revolución. Zapata extendió sus acciones por los estados de Guerrero, Morelos, Puebla, Distrito Federal y el Estado de México. El ascenso del movimiento revolucionario, las acciones de los obreros organizados en la Casa del Obrero Mundial, de la División del Norte comandada por el legendario Francisco Villa y las del Ejercito Revolucionario del Sur, preocupó al gobierno imperial de Estados Unidos, quien invadió Veracruz el 21 de abril de 1914.
Cuando Pancho Villa tomó Zacatecas, Álvaro Obregón Querétaro y Zapata puso en jaque a la capital del país, Victoriano Huerta se vio obligado a renunciar. Derrotado y humillado, huyó del país en el Ipiranga, el mismo barco que exilió a Porfirio Díaz. Pero desconfiados de las fuerzas populares, los porfiristas decidieron tratar única y exclusivamente con los carrancistas. El 13 de agosto de 1914, aniversario de la caída de México-Tenochtitlan frente a los invasores españoles (1521), se rindieron los federales. Álvaro Obregón entró a la Ciudad de México el 15 de agosto. Ese mismo día, Zapata tomó Cuernavaca.
Las distintas personalidades que habían destacado en la lucha tenían contradicciones entre sí, tenían diferencias personales pero detrás de éstas había intereses de clase distintos. Carranza era un terrateniente liberal que quería un cambio político pero bajo las mismas estructuras económicas y sociales. Únicamente quería reestablecer y actualizar la Constitución de 1857 sin cambios de fondo. Obregón representaba a los hombres de empresa del norte, rancheros, comerciantes, empresarios, que constituían una nueva burguesía favorable a reformas al sistema, pero sin eliminar la explotación de obreros y campesinos.